Escuchaba lamentos, gritos de dolor, pedían el perdón de Dios, pero entre esas voces, escuché una voz poderosa y a la vez siniestra, era sugerente y fuerte, resonaba hasta hacer eco; y cuando esa voz se escuchó, las demás se llenaron de más dolor y se hicieron más fuertes, como si le temieran.
Me dijo: "Arrodíllate ante mí y te daré todo lo que siempre has querido, y me llamarás Señor"